martes, 16 de marzo de 2010

EL OSTIONAL


14 de Marzo de 2010.

Amanece con un viento que señala frío (qué ilusa soy). He dormido de maravilla, hoy no madrugaba. Por la mañana, después de desayunar, hemos ido a dar un paseo en lancha hasta una cala preciosa. La playa es impresionante, más que la de Poneloya. El agua azul verdoso es tan transparente que casi deja ver el suelo, la arena fina, blanca. Paso todo el rato en remojo y ya es raro siendo yo, así que podéis imaginar cómo es esta playa. Tras el baño regresamos al pueblo y a comer.

La tarde la dedico un poco al relax. Como soy más de secano prefiero descansar un poco. Si pudiera dormiría hasta mañana, pero no puedo. Trabajo un poco en el informe que tengo que presentar el día 17. No tengo tiempo ni para respirar, es imposible trabajar con este estrés.

Después vuelvo donde el grupo. Tenemos cena muy pronto y una noche especial, una noche cultural. Las niñas vuelven a deleitarnos con sus bailes. Es admirable, puesto que ayer fue su primera actuación. Un señor, que se dedica a fabricar guitarras, nos canta algunos temas. Y, como mis compañeros de viaje son tan “majos”, ya han comentado que yo canto y toco. Así que llega un momento en el que el señor pregunta quién es la que canta. Estoy teniendo demasiados momentos “de vergüenza”. Pero esta vez me decido a cantar con una condición, que mi maravilloso grupo baile una jotita extremeña para dejar constancia de nuestro folclore. Bueno, eso fue un espectáculo y lo demás cuento. Cruce de piernas, todos descoordinados. Fue super divertido. Canté alguna más, pero acompañada.

La señora Olga nos contó la historia de “El Ostional”. Lleva toda su vida aquí y esto ha cambiado mucho. Nos hizo también una bebida que toman las mujeres que acaban de dar a luz: el tibio. Es una mezcla de maíz tostado y triturado con cacao, canela, aroma de clavo y otra cosa que ahora no recuerdo. Es un remedio para producir la leche materna. No me disgusta, la verdad es que tengo un problema con la comida, me gusta todo (bueno, casi todo, la crema de leche está demasiado ácida para mi y el queso un poco salado). Estoy probando muchos frescos: de melón, de tamarindo, de guayaba que me encanta,...

Acabamos en la playa, donde vamos a cenar en un bar que hay al lado. Por fin entregamos los regalos del juego del observador. Por fin me quito de encima el mío, que si me descuido caduca. Mi observado era Oliver y le hice un regalito muy personalizado, una condonera como las carteritas de cómic con un par de apaños dentro. Nunca se sabe lo que puede ocurrir ni en qué lugar. Creo que le ha gustado. Al menos es algo práctico para una noche.

Mi observador era Sergio. Creo que no lo habría acertado ni en tres meses más. ¿Recordáis? El ramillete de buganvillas con los caramelitos. Pero me queda un masajito que aprovecharé para cuando vuelva a Ticuantepe y esté completamente estresada con la presentación del proyecto, el blog, el flickrty todo lo que tengo entre manos.

Acabamos en la playa. Irvin, que es un guarda recursos y se dedica a controlar la playa para que la gente no robe los huevos de tortuga nos invitó a dar una vuelta para ver si podíamos encontrar alguna. La verdad es que no hubo suerte. Vimos el rastro de una tortuga gigante (bueno, la vio él y sus compañeros guías en la oscuridad, yo no lo habría distinguido ni a plena luz del día). También vimos el agujero donde había puesto sus huevos, pero alguien se los había llevado.

De vuelta al lugar de partida algo verde comienza a brillar en la orilla. Las luciérnagas de Juan. Es increíble. Pequeñas lucecitas, como estrellas arrastradas por las olas tierra adentro. Parpadeantes. Brillantes y fosforitas. Me pongo una en el dedo: “ET, mi casa”.

A la 1:30 de la madrugada nos vamos a casa. Estoy cansada y muerta de sueño. Mañana será otro día.



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