viernes, 12 de marzo de 2010

EL CAÑÓN DE SOMOTO

28 de Febrero de 2010

Despierto limpia, pero limpia de emociones negativas. La terapia de guitarra de ayer por la noche me ha ayudado a vaciar el alma. No había sido consciente de lo mucho que lo necesitaba hasta ese momento.

El desayuno se agradece: tortillas con queso, huevo cocido (de las gallinas de Doña Corina), café delicioso y aguacate de verdad (no el que comemos al otro lado). Por fin algo diferente a gallopinto. Reflexiono sobre lo mucho que puedo quejarme por desayunar, comer y cenar gallopinto a diario cuando esta gente, sobretodo los más pobres, no tienen otra cosa que llevarse a la boca. Y me siento culpable en cierto modo de que esta situación sea así.

Ponemos dirección al sur, de vuelta a casa. Pero aún nos queda una sorpresa más. Nos dirigimos al Cañón de Somoto, un lugar mágico perteneciente al Departamento de Madriz (que no Madrid). Preparados con el traje de baño hacemos una pequeña ruta a pie hasta llegar a un lugar donde sólo podemos ir nadando o en barca. Evidentemente, mi opción es la más cómoda. Como la mayoría sabéis soy alérgica a los ríos y en verano me baño en la bañera y con el agua templada tirando a caliente, pero tengo que vivir esta experiencia. Avanzamos unos metros en la barca hasta un lugar donde tenemos que continuar a nado (menos mal que llevamos flotadores gigantes).

No tengo palabras para describir esta experiencia. Por mucho que contara e intentara dar una explicación sería imposible. Además, apenas teníamos baterías en las cámaras (después de cuatro días fuera de casa), por lo que no existen imágenes para enseñaros dónde estuve. Lo único que puedo decir es que el Cañón de Somoto es el ejemplo más claro y potente del poder erosivo del agua. Paredes escarpadas, casi lisas del tacto abrasivo y continuado de las lluvias, piedras con aspecto de esponja por la cantidad de infiltraciones que presenta y, en lo más profundo, el río serpenteante que muestra orgulloso su gran obra. Pero todo lo bueno se acaba, así que regresamos al lugar donde cogimos (perdón, “tomamos”, que aquí coger es realizar el acto sexual jajaja), las barcas y comimos.

Comida casi típica española: una especie de tortilla de patata, queso de “La Garnacha” y frutita. Y así de bien comidos, a las 3:00 de la tarde subimos la empinada cuesta que lleva a la entrada de este espacio natural. Tras reponer fuerzas nos dirigimos a casa, aún quedan tres horas.

Hacemos una segunda parada en el camino, para conocer uno de los árboles más antiguos de Nicaragua: un ceiba cuyo tronco abarcamos entre nueve Gansinos.

Ahora ya sí, continuamos hacia Ticuantepe y paramos a cenar donde las pizzas gigantes. Del fin de semana, aparte de todo lo bonito que he contado hasta ahora, me llevo bastante cansancio acumulado, una necesidad de horas de sueño y un catarro que amenaza con desafinar mis cuerdas vocales. De ahora en adelante tendré que plantearme el tema de la ducha diaria con agua fría y barajar alternativas de higiene (porque esto es importante, pero mi salud lo es más).

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