miércoles, 24 de marzo de 2010

Con la mirada en el otro lado del charco

Tres días. Sólo llevo aquí tres días y parece que han pasado meses. Vuelvo a casa y me encuentro con un mundo diferente, mi mundo. Parece que ha cambiado pero sigue siendo el mismo. Lo único que ha cambiado ha sido mi forma de ver la vida. He necesitado comer cada día lo mismo para ver lo innecesario que es tener la nevera llena de cosas ricas y los armarios repletos de dulce y caprichos. He necesitado vivir con una gran familia para darme cuenta de lo duro que es ser mayor antes de tiempo, de tener responsabilidades desde los ocho o nueve años. He aprendido que el dinero es importante, pero con poco o casi nada también se vive. He aprendido lo mucho que se valora una simple pulsera de hilo cuando la regalas a alguien con quien convives tres días. Tres días.

Me he dado cuenta de lo triste que es tener todo, todo a nivel material y carecer de lo más básico y esencial: los valores. Me he enfadado conmigo misma, me he sentido egoísta, culpable, ridícula, cada vez que me quejo por algo superfluo... Me he sentido estúpida haciendo planes a medio-largo plazo cuando al otro lado del charco sólo importa el día a día.


Y he reído, he llorado, he añorado, he soñado con volver al lugar que me ha roto los esquemas, que ha sacudido mi cabeza y mi alma con una realidad más dura de la que estoy acostumbrada a ver. Y he envididado ese espíritu de lucha, esas ganas de salir adelante con esfuerzo y trabajo conjunto, ese compromiso, esa solidaridad y la mirada esperanzada de quienes han quedado allá, en el país de los volcanes y la gente humilde.

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